La médica veterinaria Lina María Peláez abandonó el trabajo junto a Patarroyo precisamente por ello. En su carta de renuncia alegó como razones para su salida:
“El daño ecológico que causan las personas que sin previo entrenamiento capturan en forma indiscriminada a los micos de la especie Aotus nancymae y arrasan con los bosques primarios; la falta de permiso para experimentar con esta especie, pues el permiso es para otra; el incentivo para el tráfico indiscriminado de especies silvestres, ya que cualquiera viene a vender los micos, y la falta de resultados”.Rápidamente Patarroyo ha rechazado el supuesto maltrato y tráfico ilegal de monos con Perú y Brasil para sus investigaciones.

El fin supremo de salvar millones de vidas humanas podría justificar la extinción de una especie animal. También incluso el sufrimiento de estos pobres animales en el laboratorio. Pero me surgen dos dudas sin respuesta.
La primera: ¿No es más fácil y civilizado poner en marcha un programa de cría en cautividad de esos micos?
La segunda: ¿De verdad Patarroyo conseguirá algún día esa necesaria vacuna, o todo quedará en el sueño de un ambicioso visionario como una parte de la comunidad científica internacional ya le señala, junto a miles de monos inútilmente muertos y una selva empobrecida?

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